viernes, 4 de octubre de 2013

De Vitoria a Candás en bicicleta (del 19 al 28 de agosto de 2009)

19 de agosto (miércoles)
"Con la conciencia tranquila por el deber cumplido y después de dos años de paciente espera y represión de deseos ciclo-viajeros, ¡por fin!, parto, como otras veces, solo, en bicicleta y desde casa; cierto es que lo hago con el rumbo difuso, mas con el firme deseo de hacer camino rodando, exponiéndome en vivo y en directo a sensaciones instantáneas, a nuevas percepciones, a estímulos desconocidos... Como casi todas las experiencias, ésta, la de viajar solo y en bicicleta, también puede aprovecharse para conocerse uno un poco más a sí mismo, para sentir las limitaciones propias de nuestro cuerpo, sus necesidades, su funcionamiento, su enorme capacidad de regeneración y recuperación, así como la de su resistencia y sacrificio".

Así es, seguramente, como habría comenzado el relato de mi último viaje en bicicleta si no me hubiera convertido al Señor, mi Dios. Pero hoy es ya todo diferente. En realidad, comienzo el viaje con los preparativos un par de días antes. De hecho, el mismo día 18 de agosto por la tarde me hallo cambiando el freno trasero de la bicicleta y revisando algunos componentes de la misma. Aún así, una voz interior me decía que la bicicleta no estaba del todo a punto para realizar un viaje de semejante envergadura: quiero ir al Angliru; pero no le hago caso. Sobre las 9:00 h de la mañana emprendo la marcha no sin antes orar a Dios y pedirle que tome Él el control de todo el viaje. Incluso con la oración, salgo dubitativo y algo temeroso, pues la voz interior me sigue susurrando que la bicicleta no está del todo a punto. Estoy poniendo toda mi confianza en mis propias fuerzas y en mi experiencia acumulada en el pasado acerca de este tipo de viajes, en vez de ponerla plenamente en el Señor, mi Dios. Paso por los pueblos de Aranguiz, Etxabarri-Viña, Berricano, Eribe, Gopegi, Manurga, Zarate, Murguía y a unos diez kilómetros antes de llegar a Amurrio, cuando llevaba aproximadamente un par de horas rodando, de repente, escucho un ruido sordo, enérgico y extraño procedente de mi bicicleta que me sobrecoge y que acelera mi ritmo cardíaco.
Freno suavemente mientras desciendo por una cuesta abajo y me detengo para descubrir una fatal avería mecánica en mi máquina. No es un pinchazo ni un reventón de cubierta sino que se trata de la llanta de la rueda trasera. ¡Se ha roto! Interpreto el desgraciado suceso como una "colleja divina", que me recuerda que la advertencia de la voz interior estaba bien fundada: la bicicleta no estaba del todo a punto. Doy gracias a Dios porque no me he caído ni me ha acaecido ningún accidente y me consuelo con su Palabra: "Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados" (Romanos 8:28). Con calma y con la esperanza de encontrar una tienda de bicicletas abierta en Amurrio continúo la marcha a pie arrastrando con las manos la cargada bicicleta. Cuando ya llevo dos kilómetros andando, un ciclista se detiene a mi lado para interesarse por mi situación y luego me informa con detalle dónde se halla la tienda de bicis Ormaetxea de Amurrio. Yo le comento que he empezado hoy el viaje y que quería ir lejos, a lo que me contesta dándome ánimos y recordándome que "a veces las cosas empiezan mal pero luego terminan bien". Continúo andando y a falta de cinco kilómetros para llegar a Amurrio, un joven conductor detiene el motor de su coche al pasar a mi lado y se interesa también por mi situación. Se llama Jesús Mari y me informa de que Ormaetxea está cerrada y de que en Bilbao es imposible encontrar alguna tienda de bicis abierta ya que están en fiestas: es la Aste Nagusia (Semana Grande).
Jesús Mari me mira, me mira y ..., finalmente, hace suyo mi problema y en una desbordante actitud de empatía y generosidad me sugiere que deje la bicicleta en el baserri (caserío), propiedad de sus aitas (padres), del que ha salido él con su coche, y que coja la rueda rota para ir en su coche a alguna tienda de bicicletas, primero a Orozko, luego a Llodio y finalmente a Vitoria-Gasteiz, habida cuenta de que las visitadas estaban cerradas. En la tienda Ciclos Sport de la C/Francia puedo, gracias a Dios, comprar otra rueda y ...  vuelta al caserío. Son casi tres horas de mutua compañía y Jesús Mari no cesa de hablarme: él es también un ciclo-viajero, él también duerme en pórticos de iglesias, en una tienda de campaña o al raso, él también realiza rutas con medias de cien kilómetros por etapa. Su generosidad y la de su familia me pasman. Son una auténtica bendición que viene de Dios, aunque sospecho que ellos lo ignoran. Yo, por mi parte, veo en ellos la indulgencia y misericordia con que ha respondido Dios a mi error. La ama (madre) de Jesús Mari me invita a comer garbanzos y pescado con pimientos de caserío que acepto gustoso y con aprecio. El aita de Jesús Mari me da su opinión referente a la avería: "Posiblemente el exceso de presión de la rueda ha hecho que la junta de la llanta haya cedido y se haya roto". Ahora lo entiendo, por temor a que las ruedas no resistieran la carga de las alforjas, las he hinchado con excesiva presión y "de aquellos polvos, estos lodos", pero Dios, que ha permitido mi error, me ha puesto al lado "la salida". Gracias Señor. El aita de Jesús Mari me dice que "en semejante situación yo me habría puesto a blasfemar pero ya veo que tú no eres de esos". Me despido amablemente dándoles las gracias por todo y le ofrezco a Jesús Mari mi número de teléfono para que me llame cuando quiera y ¡quién sabe si podremos compartir algún viaje juntos! Sobre las 15:30 h retomo la ruta y llego a Artziniega, luego a Villasana de Mena y a Bercedo pasando por el puerto de El Cabrio.



Aquí, los conos de la rueda delantera empiezan a sonar como una orquesta. La rueda está bastante descentrada. Si no creyera en Dios diría que no sé cómo he podido llegar al camping La Isla de Villalázara de Montija. Mi primera etapa ha culminado bastante accidentada; aún así doy muchas gracias a Dios por guardarme. Estoy cansado, pero puedo reponerme con una ducha de agua caliente y una cena de camping. Hablo por teléfono con mis padres y hermano y les tranquilizo diciéndoles que todo va bien gracias a Dios.
20 de agosto (jueves)
He dormido bien en la tienda de campaña. No podía ser de otra manera con Dios en mi corazón. "En paz  me acostaré y asimismo dormiré porque sólo tú, Jehová, me haces vivir confiado" (Salmos 4:8). Dios me ha concedido descanso y le doy gracias por la mañana. Después, la recepcionista me informa de que en Espinosa de los Monteros, a unos siete kilómetros, hay una tienda de reparación de bicicletas, la del señor Nando. Quiero ir allí a que me centren la rueda delantera. Al llegar al pueblo pregunto por el señor Nando y un hombre me dice que "¡Buenoo! Ése, hasta las 11:00 h o más tarde no abre la tienda; como ya le falta poco para jubilarse... " Espero paciente y aprovecho para hacer unas compras de víveres. Hoy Nando es puntual y a las 11:00 h está ya en su tienda. Me centra la rueda y me espeta que "la rueda tiene algo, no está perfecta, seguramente algún defecto en el eje". Me asegura que él ha hecho lo que ha podido y que no la puede centrar más. Me fío de él y de su profesionalidad. Ahora la rueda va mejor y escucharle que con ella así puedo seguir rodando me tranquiliza. Nando es, sin duda, otra bendición de Dios en mi camino. Me cobra 1 euro por el trabajo pero yo le doy más del doble para que se tome un café.
Hoy comienzan los puertos de montaña: 



El primero de ellos es el Portillo de la Sía que me conduce a Cantabria. 



Las vistas panorámicas son magníficas. Pienso constantemente en nuestro Creador a medida que voy ascendiendo el puerto y, así, con sudor y cansancio, no puedo sino maravillarme de la naturaleza por Él creada. Luego subo el puerto de Asón y llego a Arredondo. Mi objetivo final de etapa es llegar a Isla, en la costa cántabra, pero aún me resta subir el puerto de Cruz Usaño. 



De allí, voy bajando de altitud y atravieso Solórzano, Hazas de Cesto, San Mamés de Meruelo, Castillo y, finalmente, llego a Isla, donde acampo en el camping Playa de Isla que está junto al mar. La chica de la recepción me ofrece una bonita parcela con vistas al mar. Está leyendo una carta de su novio que es vasco y al ver que yo vivo en Vitoria-Gasteiz me pregunta "¿Sabes vasco?" Le contesto afirmativamente y ella aprovecha para inquirirme "¿Qué significa bihotz bihotzez?" Yo le respondo: "De todo corazón". Dios sigue bendiciéndome. Tras ducharme, recibo a mi hermano Paco que viene en coche desde Llanes (Asturias). 


Juntos, disfrutamos de un vespertino baño en el mar Cantábrico nadando a la par hasta una de las boyas. La sensación es inefable. Yo no tengo frío, pero mi hermano prefiere llevar puesto su traje de neopreno. Luego compartimos cena y velada en su coche ya que se pone a llover. Paco toca la guitarra y yo le acompaño con mi armónica e interpretamos una versión de una de las canciones de la iglesia:
"Te amamos con el amor del Señor, 
te amamos con el amor del Señor,
porque en ti podemos ver 
la belleza de nuestro Dios.
Te amamos con el amor del Señor".
21 de agosto (viernes)
Mi hermano y yo desayunamos juntos y después nos despedimos. Él vuelve a Vitoria-Gasteiz al encuentro de sus hijas Aizaro y Uxue de siete y cuatro años respectivamente, y yo prosigo mi ruta con mi hija Oihana y mi hijo Danel de ocho y cuatro años respectivamente muy presentes en mi corazón. El Espíritu del Señor me lleva a costear durante toda esta etapa. El día es gris y lluvioso pero voy protegido con una capa-chubasquero y lo que es más importante, con el gozo del Señor. Tras salir de Isla



paso por Arnuero, Ajo, Galizano, Somo, Pedreña, Pontejos y llego a Astillero, en la bahía de Santander.




La imagen idustrial de la zona contrasta con la belleza de las panorámicas que contemplo y disfruto desde las montañas. Entre tanta carretera local, comarcal, autonómica, nacional, autovía, caminos, puentes, obras, a veces, me despisto en las grandes ciudades y me toca preguntar más de una vez a los transehúntes e incluso, en ocasiones, desandar algunos kilómetros rodados. ¡Por fin! consigo dar con la carretera que me conduce a Escobedo y en Arce tomo la carretera nacional N-611 para llegar a Viveda y de ahí a Santillana del Mar. La zona es más turística y tranquila. Como un bocata en uno de esos merenderos o área de descanso que suele haber junto a la carretera aprovechando que ha dejado de llover. Retomo la ruta y, a media tarde, llego a Comillas. El cielo está más claro y sale el sol. Tras acampar en el Camping de Comillas voy a pasear a la playa de Comillas y disfruto contemplando el mar.



Estoy sentado en un banco de madera en un parque mirador desde el cuál se contempla muy bien la playa y el horizonte. A mi lado se sienta un matrimonio ya mayor y entablo conversación con el hombre, que lleva bastón y gafas. Hablamos acerca de los idiomas. Él dice hablar cinco. Me confiesa que "en mi opinión es un craso error no priorizar en España la enseñanza del español sobre otros idiomas, incluso sobre el vascuence, si bien éste es conveniente introducirlo desde la más tierna infancia". Luego me revela que "yo he sido economista de profesión y he tenido que asistir a muchas reuniones de alto nivel en varios países de Europa en representación de alguno de los Institutos Estatales competentes en la materia". El hombre es natural de Oñati (Gipuzkoa) y se despide de mí y le dice a su mujer: "Goiaz handik ibiltera" (Vamos a pasear por ahí). Luego me doy un refrescante baño en el mar. Ya de noche, en el camping, mientras espero cerca de los servicios a que se recargue el teléfono móvil aprovecho para deleitarme contemplando las estrellas del firmamento. Y pienso en Jehová, nuestro Dios. Unos niños, con su padre, están explorando el lugar y al verme tocando la armónica me piden una canción que les toco gustosamente:
"Te amamos con el amor del Señor, te amamos con el amor del Señor, porque en ti podemos ver la belleza de nuestro Dios.
Te amamos con el amor del Señor".
22 de agosto (sábado)
Hoy dejo la costa y retomo la ruta del interior. Quiero acercarme a Picos de Europa. Puedo hacerlo por la N-621 pero opto por subir de altitud. Me dirijo a Roiz, luego a Labarces, Bielba, Cades y Sobrelapeña. Las vistas son magníficas y se respira ruralidad, naturaleza.



y también arte.


Subo el collado de Hoz, 


paso por Linares y de allí, un trepidante descenso 



me conduce a la N-621 por la que ruedo hasta Tama, Ojeda, Potes y, finalmente, La Vega (Vega de Liébana), donde acampo en el camping El Molino. El chico recepcionista me atiende en el bar y me informa de que puedo darme un baño en la poza que hay en el río que pasa junto al camping, lo que hago muy a gusto y sin dudar. 


Este final de etapa es toda una bendición de Dios. Luego descanso, repongo fuerzas y me voy a dormir. Al lado de mi tienda acampa una familia de alemanes afincada en Francia y junto a ella otra española que a la mañana siguiente me sorprendió enseñándome una urraca y un cernícalo que llevaba consigo y que estaba amaestrando.
23 de agosto (domingo)
Antes de emprender la marcha compro víveres en un autoservicio del pueblo y el hombre me describe amable y exhaustivamente el perfil del puerto San Glorio que me toca ascender. Me explica todos los detalles, la ubicación de las dos únicas fuentes que hay junto a la carretera y me anima e insiste "aprovecha las fuentes pues el puerto es largo; son dieciséis kilómetros de ascensión". Nada más comenzar a subir me adelantan dos ciclistas y uno de ellos me acompaña unos metros para conversar. Me dice que "yo también suelo hacer ese tipo de viajes. Una vez al año, cojo las alforjas y dejo todo: familia, trabajo, etc. y me pongo en la carretera durante unos días. De hecho, hace pocos días he realizado la ruta desde Fontibre (nacimiento del río Ebro) hasta su desembocadura en el mar Mediterráneo". Su comentario me recuerda la Palabra de Dios: "Y Él les dijo: De cierto os digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o padres, o hermanos, o mujer, o hijos, por el reino de Dios, que no haya de recibir mucho más en este tiempo, y en el siglo venidero la vida eterna" (Lucas 18:29,30), pero no le digo nada. He perdido una bonita ocasión de evangelizar. Nos animamos mutuamente y seguimos cada uno a nuestro ritmo. El mío es, obviamente, más lento pues llevo unos quince kilopondios de carga en las alforjas de la parrilla. Durante la ascensión las gotas de sudor van recorriendo todo mi cuerpo y los músculos se tensan y se tensan. La fatiga va haciendo mella pero con pundonor y el soplo de aliento de Dios prosigo el rodaje hasta la cima, donde vuelvo a encontrar a los dos ciclistas que ya comenzaban su descenso. He parado a llenar la cantimplora y el bidón un par de veces haciendo caso a las recomendaciones del comerciante y ¡cómo no! a hacer unas fotos en el mirador.





La panorámica es impresionante. Las montañas están verdes y el cielo es azul intenso. De allí hasta Riaño, 


donde finalizo la etapa en el camping Riaño junto al lago. El recepcionista me dice que "por la bici no cobramos" y, jocoso, me espeta que "es más, en mi opinión, a quien llega aquí en bici, sólo por subir la cuesta de la entrada al camping tendríamos que pagarle". Una vez más, disfruto de las bendiciones que Dios tiene preparadas para mí al finalizar esta etapa y le doy las gracias.
Descanso durante toda la tarde en la piscina del pueblo a la que accedo gratis por ser campista. Fotografío el embalse y me dedico a contemplar las montañas cuyas vistas son espléndidas. El lugar se me antoja de ensueño y paradisíaco.




24 de agosto (lunes)
Hoy quiero llegar a Villamanín de la Tercia, el pueblo leonés de donde es originaria mi madre y todos mis tíos maternos ya que mi abuelo materno, Francisco Arias (Paco), estuvo en él destinado durante el primer tercio del siglo XX en un puesto de guarda forestal como corresponsable del vivero, junto con un cuñado suyo llamado Ángel. La etapa es larga y la emprendo con ganas y energía. Burón, Liegos, Acebedo, La Uña y puerto de Tarna.




Aquí entablo conversación con el señor Antonio Vigón. Me informa del perfil de la zona y hablando con él me entero  de que "yo fui de los primeros en subir el Angliru en coche cuando aún la pista no estaba asfaltada". En lugar de pasar a Asturias prosigo mi ruta por la provincia leonesa 


y llego a Cofiñal, Puebla de Lillo y rodeo el embalse del Porma. Hago fotos, pues las vistas son preciosas. 



Llego a Valdecastillo y luego a Boñar. Continúo hasta La Vecilla y en La Mata de Bérbula unos niños me dicen que hay un camping en Valdepiélago. Son las 16:00 h y se escandalizan cuando les digo que tengo intención de llegar a Villamanín de la Tercia (aún me quedan treinta y cuatro kilómetros y llevo ya rodados setenta y cuatro). Prosigo la marcha y llego a Nocedo de Curueño; circulo junto al río Curueño por un desfiladero y los sentidos de la vista, el olfato y el oído me hacen disfrutar de lo lindo. ¡Cuán hermosas son todas las bendiciones que Dios pone a nuestra disposición!


Tomo el cruce a Valverde de Curueño, Genicera, Lavandera y Pedrosa. De allí a Cármenes y a las 19:00 h todavía me quedan nueve kilómetros antes de llegar a Villamanín de la Tercia.


Para mi sorpresa, tengo que subir un collado que me remata el físico.


Finalmente, llego a Villamanín de la Tercia, confiado de que había un camping señalado en mi mapa. Pero al hablar con tres vecinos lugareños me informan de que el camping está cerrado y me sugieren dormir en el mesón La Pradera sito en Fontún, pueblo colindante. 


Converso con ellos acerca del pasado de mi abuelo y me dicen que "la única persona del pueblo que lo puede haber conocido es un hombre de unos ochenta y siete años de edad al que llamamos Jalisco o Chatarrero". Me dirijo al mesón y una chica joven amable y guapa me aloja en una de las habitaciones; tras la pertinente ducha, la chica me sirve una exquisita cena con sopa casera y cordero que es toda una bendición. ¡Gracias Señor!


25 de agosto (martes)
Es la séptima etapa del viaje, por  lo que decido descansar y aparcar la bicicleta en el Mesón. "Y acabó Dios el día séptimo la obra que hizo; y reposó el día séptimo de toda la obra que hizo. Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación" (Génesis 2:2,3). Después de desayunar en el mesón y de conversar con su dueño acerca de la escasa actividad agrícola y ganadera del lugar, de que otro mundo es posible y de otros asuntos, me informa de que "en la actualidad la única persona que tiene llave del vivero es un hombre ya jubilado llamado Mario Herrero pues tiene en él una pequeña huerta". Tras  facilitarme su dirección  me encamino a ella y allí, tras presentarme, Mario y su esposa me atienden cordiales y nos citamos minutos más tarde en el vivero, situado a escasos minutos de paseo a pie de su domicilio. 


Yo le hablo a Mario de mi abuelo, pero él no lo conoció. Me explica que la extensión actual del vivero es menor que en el pasado debido a que con parte del terreno el Estado hizo una permuta con el Ayuntamiento del pueblo para construir un colegio. Además el vivero está abandonado. Sólo él trabaja una pequeña huerta 


con árboles frutales y, en cualquier caso, por afición y por hacer algo de ejercicio. 
Mientras conversamos y me muestra su huerta con garbanzos, judías, zanahorias, tomates, lechugas, lombardas, ciruelos, manzanos, perales, etc. me habla de  sus injertos, de que hizo "la mili" en Vitoria-Gasteiz, de que allí reside una hermana suya, de que tiene un hijo informático que no quiere saber nada de la huerta... Yo aprovecho para hacer unas fotos, 


y él me habla de cómo trabajaba en tiempos siendo guarda forestal:  "Yo iba a todos los sitios en bicicleta". Me dice que "antes de mí hubo otros guardas forestales. Siempre hubo dos viviendo en la planta inferior del edificio. La planta superior era para las vacaciones del ingeniero y para el ayudante". 


Mario me enseña los anejos, el de los "gochos" (cerdos) y las palomas,


la cochera, 


la chimenea que se cayó del tejado el pasado invierno.


Me informa de que ya se ha hecho algún proyecto de reforma en el pasado pero que todos se quedaban sin presupuesto.
Finalmente, nos despedimos y le pido su dirección de correo para enviarle alguna foto, entre ellas la del espantapájaros  Jacinto




Mario insiste en cargarme las alforjas con ciruelas. 
Es mediodía y decido dar un paseo por el pueblo. Me dirijo a la estación de ferrocarril y me informo de horarios de trenes.


Después de hacer alguna compra y alguna foto por los alrededores, 


me voy a la piscina municipal a pasar la tarde de asueto, tumbado en el césped y descansando. Aprovecho para leer y escribir algunas notas.


Al caer la tarde y tras el cierre de la piscina, me dirijo a la plaza del pueblo donde unos adolescentes me informan de dónde puedo localizar a "Jalisco". Me acompañan al bar en el que está echando la partida. Les invito a un refresco y espero a que "Jalisco" termine. Está sordo y tengo que alzar bastante la voz. El hombre se llama Santiago y se emociona al recordar el pasado; me comenta que él y mi tío Andrés, hermano mayor de mi madre, eran muy buenos amigos. "Jalisco" recuerda muy bien a mi abuelo Paco y a su cuñado Ángel, pues tenía unos doce o trece años en aquella época. Tras la pequeña entrevista, nos despedimos con un apretón de manos y yo me dirijo al mesón a cenar. Al día siguiente quiero pasar el puerto de Pajares y llegar a la costa asturiana. Hay que descansar.
26 de agosto (miércoles)
El día amanece fresco y tras madrugar comienzo a rodar. Mientras doy las primeras pedaladas desde el mesón, presiento que me están mirando. Vuelvo la cabeza y veo al dueño del mesón La Pradera arrodillado en la carretera trabajando ya desde temprano. Nos despedimos alzando la mano y le expreso en voz alta mis gracias por todo. Comienzo la etapa con ganas habida cuenta de que he descansado durante toda la jornada anterior. Voy circulando y paso por Villanueva de la Tercia, Busdongo de Arbás, y llego al puerto de Pajares. Desde la parte leonesa apenas hay ascenso; es un paseo suave. 


Tras coronar y beber un poco de agua inicio el prolongado descenso con algo de recelo. La bajada es espeluznante, sobre todo las primeras rampas ya que son del 18%. Dejo atrás Campomanes y llego a La Pola de Lena donde me detengo en el cruce que me puede conducir a La Vega Riosa para ascender desde allí al Angliru, pero no tengo campings en la zona y opto por reservar mis fuerzas para llegar a la costa y dejar el intento de ascensión del Angliru para otro día habida cuenta de que hay una buena red de ferrocarril de vía estrecha (FEVE) que me puede traer desde la costa hasta La Pola de Lena en pocos minutos. Continúo la marcha disfrutando del tiempo y llego a Mieres; se respira industria así es que opto por tomar una carretera comarcal por la que llego a Rebollada, Olloniego, Manzaneda, Cruces y antes de llegar a Oviedo me detengo a hacer alguna foto. 






Después decido almorzar bajo la sombra de un hórreo asturiano. El dueño llega al poco tiempo y al preguntarle si mi bicicleta estorba me contesta que no y que almuerce tranquilo.
El hórreo asturiano es un granero de madera levantado sobre unos pilares que lo aislan del suelo. Dentro se pueden guardar el grano, las frutas y hortalizas, la matanza y aperos agrícolas. Además bajo él y protegidos de la lluvia, se suelen encontrar también el carro, el arado o la leña recogida para el invierno. Los densos bosques asturianos siempre han proporcionado suficiente materia prima para construirlos, casi siempre de castaño o roble.


Como la comarcal por la que circulo va a cierta altitud, para llegar a Oviedo he de bajar algunas cuestas prolongadas. Llego a la capital de Asturias sobre las tres de la tarde. El impresionante tráfico me desalienta por lo que decido abandonarla con prontitud.  Para ello tomo la N-634 que va a Santander y voy dejando atrás Colloto, La Sierra, Barreda, Nora. Aquí un puente medieval me invita a detener mis pasos y a hacer alguna foto.




Prosigo el camino y me desvío hacia Noreña por otra carretera comarcal. El firme es bueno y las vistas son magníficas. 


Me voy acercando al mar. Llantones, Mareo de Arriba y finalmente Gijón. Enseguida me dirijo a la playa y en el trayecto por la ciudad localizo pronto la estación de ferrocarril de RENFE y junto a ella la de FEVE. Fotografío el paseo marítimo 


y pensando que ya volveré otro día más tranquilo y en tren decido alejarme unos kilómetros de la ciudad para acampar en algún camping costero más hacia el oeste. El Espíritu me lleva a Candás por una carretera autonómica que va por el interior: Veriña, Granda, Albandí, Perlora y ¡por fin! Candás. Son las siete de la tarde y tras acampar me da tiempo a darme un baño en el mar. El camping Perlora está situado a la orilla del mar, sobre un acantilado. Las vistas y la sensación son espléndidas.


¡Qué bendición de Dios! El Señor pone gozo en mi corazón. 
Luego voy a tomar los últimos rayos del sol al malecón, sobre unas piedras, como hace el resto de bañistas. 


Me he quedado algo frío y decido ir al camping a ducharme, a cenar austeramente y a descansar. Tengo motivos para darle a Dios muchas gracias. Antes de acostarme en el saco, miro el mapa y veo que tengo bastante fácil ir en tren a La Vega Riosa para subir desde allí al Angliru mañana. Pero antes he de ir a Gijón a informarme bien de horarios de vuelta a Vitoria-Gasteiz. Dios dirá. Mañana será otro día, si Dios quiere. Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su afán. Basta a cada día su propio mal (Mateo 6:34).
27 de agosto (jueves)
Amanece un día soleado. Tras desayunar me doy un paseo hasta la estación de FEVE de Perlora; un operario me informa de horarios para ir a Gijón. Luego voy al pueblo de Candás y, tras comprar algo de comida y unos regalos para mi hija Oihana y mi hijo Danel y hacer algunas fotos,


decido coger el tren a Gijón; son apenas quince minutos. Mientras espero en el apeadero, observo a un ataviado ciclista entrado en años muy simpático y extrovertido que habla espontáneamente con una adolescente. Al parecer, no se conocen pero charlando se dan cuenta de que tienen conocidos comunes en el pueblo. Al venir el tren se despiden con besos y, como yo, el ciclista entra con su bicicleta para ir a Gijón. Me pongo a charlar con él y me informa de lo que puedo hacer para subir el Angliru. Se llama Fernando González, está cansado y se va durmiendo. Aún así, me da sus señas para que le escriba cuando quiera: "C/ Marqués de San Esteban, nº XXXXX 33206 Gijón". Me dice que "conozco a una peña ciclista de Vitoria-Gasteiz con la que solemos hacer intercambios". En Gijón me informo bien en la estación de RENFE para volver a casa. Al parecer, no tengo posibilidad de coger trenes regionales el fin de semana, tan sólo los días laborables. Veo desvanecerse ante mí la ocasión de subir al Angliru. Otra vez será. La verdad es que mi musculatura y tendones ya están tocados después de los kilómetros rodados. Compro los billetes de tren y me vuelvo a Candás. Mañana me espera un día largo de tren. He de madrugar para coger a las seis y media de la mañana un tren de FEVE de Candás a Gijón. En Gijón y con sólo diez minutos de intervalo he de coger un tren de cercanías de RENFE que me lleve a León. En León tengo que coger a las 13:20 un tren regional a Palencia y en Palencia otro a las 16:29 que me lleve ¡por fin! a Vitoria-Gasteiz. Dejo todo en manos del Señor y me pongo a pensar en la deliciosa tarde de asueto que me espera en la playa de Candás. Me baño y me baño una y otra vez. Entre baño y baño mis pensamientos intentan recapitular lo que ha sido el enriquecedor viaje y agradezco a Dios todas sus bendiciones. ¡Cuán Glorioso eres Señor! Ya al meterse el sol me retiro al camping a ducharme y hago alguna foto.




Tras la ducha me visto y opto por ir a cenar a alguna de las sidrerías del pueblo; creo que merezco este regalito gastronómico. En el paseo no me resisto a fotografiar el pueblo de lejos. 


Las terrazas de los restaurantes del puerto están abarrotadas de turistas. Yo prefiero explorar internándome por el pueblo hasta que en la calle Rufo Rendueles 4, gracias a Dios encuentro una que ¡milagro! está casi vacía: Sidrería El Muelle
Tan sólo algún cliente del pueblo apurando su sidra en la barra. Entro y me dejo asesorar por el camarero y dueño: "Rodajas de calamares rebozados, parrochas (sardinas pescadas en la zona), botella de sidra, pan y café". Doy gracias a Dios por este banquete y disfruto de lo lindo. Se trata de un local relativamente pequeño, pero muy agradable. Se encuentra decorado con motivos marineros: redes, nudos, fotos de barcos... Es un establecimiento que resulta muy agradable y acogedor. La carta es bastante amplia. El Muelle es un buen lugar donde ir a comer o cenar de tapas por un buen precio. La sidrería es familiar; tan sólo se hallan en ella el joven dueño, que me sirve atento y amigable, su esposa y su hija de cinco o seis años, quien mientras yo ceno se dedica a dibujar lo que su padre le va sugiriendo: "Ahora vas a pintar un prado con ovejas, el sol y nubes en el cielo". Yo ya he terminado y después de pagar la cuenta y despedirme agradecido del dueño me dirijo a la mesa donde está su hija. Le pregunto si me deja ayudarle a pintar una oveja y me contesta afirmativamente. Como hiciera el protagonista de Saint-Exupéry, yo le dibujo una caja con agujeros respiraderos y le sugiero que le diga a su padre que la oveja está dentro de la caja, pero que no se ve. Ella me mira con intriga y me asegura que se lo va a decir a su padre. Nos despedimos con una sonrisa. De vuelta al camping ya es de noche y siento el efecto de la botella de sidra. Dejo todo preparado en la tienda de campaña para madrugar y partir al día siguiente. He puesto el despertador a las 5:00 h pero a eso de las 3:00 me despiertan los ronquidos de un campista que duerme justo en la parcela contigua  a la mía. Pienso que es el despertador que me ha puesto el Señor, por si falla el mío. Como el ruido me impide conciliar el sueño, me levanto, recojo la tienda y me voy al servicio. Me encuentro con el vigilante del camping con el que me pongo a charlar. Se llama Ramón. Comentamos lo de los ronquidos del campista y Ramón me hace señas de que le acerque mi oído y me dice en voz muy baja: "Parece un jabalí". Reímos los dos. Luego me comenta que "yo vengo todos los días a trabajar en tren pues no tengo coche". Ramón es de mi edad más o menos e intuyo que es como un ángel de Dios. Me da conversación e indicaciones para ir a la estación de Perlora. A Ramón le encanta la lectura y le parece formidable el viaje que yo he hecho. Él también suele leer libros de viajes. Nos despedimos con un fuerte apretón de manos y con cierto brillo en nuestros ojos. Es cierto que aún pueden encontrarse hombres humildes en esta sociedad. Ramón es uno de ellos. A las 6:30 cojo puntual el tren de FEVE que me lleva a Gijón. En cinco minutos tengo que cambiar de andén y comprar el billete del tren de cercanías que me conduce a León. El resto del regreso transcurre con tranquilidad gracias a Dios. En León aprovecho para desayunar y en Palencia para comer. A las siete de la tarde aproximadamente  llego a Vitoria-Gasteiz y voy en bici a casa. ¡Gracias por guardarme Jehová!


19 al 28 de agosto de 2009                                        Vitoria-Gasteiz

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