martes, 24 de septiembre de 2013

¡Por fin! Un saludo a todos

Comienzo este blog simplemente con un saludo: ¡Bienvenido!
Si Dios lo permite espero ir añadiendo poco a poco entradas referentes a escritos personales que se han ido publicando en la prensa desde el año 1994 hasta la actualidad así como a otros documentos relacionados con reflexiones, creencias, ideas, relatos de viajes en bicicleta, observaciones, opiniones, sugerencias, etc. 
He de reconocer que desde entonces la trayectoria de mi pensamiento no ha sido recta sino, más bien, helicoidal; no obstante, observo ahora con el devenir del tiempo que mi pensamiento ha ido viajando, cual objeto a lo largo de una geodésica en el espacio-tiempo, atraído, ahora lo sé, por la persona de Jesucristo.
A Él sea toda la gloria y la honra por los siglos de los siglos. Amén. 
Shalom 

Para empezar te sugiero la lectura del relato de mi primer viaje "largo" en bicicleta realizado en el año 1994: El camino de Santiago


De Vitoria a Santiago
Del 8 al 15 de septiembre de 1994

"El  hombre que pretende ver con toda claridad antes de decidir, nunca se  decide".  H. F. AMIEL

Sin meditarlo en exceso, sin pensarlo apenas, tan sólo dejándome guiar por un impulso intenso y extraño, así, un buen día del mes de septiembre de 1994, cuando el verano pegaba sus últimos coletazos, decidí hacer el camino
de Santiago, solo y en bicicleta. 
Tras tres días de apresurados preparativos, tras tres noches casi de vigilia motivada por la impaciencia, por fin, a las 8 h. del jueves 8 de septiembre de 1994 emprendí la marcha. Aún en casa, y entre bromas, saqué alguna foto
a mi hermano y a la bici; 




finalmente, al izar la bicicleta a los hombros para bajarla a la calle me tambalearon las piernas y me invadió por primera vez cierto temor al pensar en los posibles problemas del camino y en los peligros que entrañaba
realizar la aventura en solitario. Pero fue tan sólo una ráfaga de debilidad que enseguida me encargué de eliminar. Con una sonrisa me despedí de mi hermano, y sin mirar atrás descendí las escaleras con la bici en los hombros.
En las alforjas llevaba ropa, piezas de repuesto para la bici, una esterilla, un saco de dormir y una tienda de campaña pequeña; también me había hecho con folletos y guías del camino, mapas, el Nuevo Testamento, una armónica y ¿cómo no? un pequeño cuaderno para el diario del viaje.
Villafranca Montes de Oca (Burgos, 8-9-1994)
Cuando ha caído ya la noche, cuando el cuerpo exige su descanso, cuando el camino se detiene provisionalmente, encuentro un lugar en el tiempo y en el espacio para hacer memoria y mirar atrás. Eran las ocho de la mañana cuando
impaciente e inquieto emprendo la marcha, desde Vitoria hasta Santiago de Compostela. Poco a poco, y sobre dos ruedas voy haciendo kilómetros. El tiempo, aunque fresco, me acompaña. Atrás iban quedando los pueblos de Armentia, Ariñez, Nanclares de la Oca, Lapuebla de Arganzón. No terminaba de creerme que estaba ya en el camino, y absorto en mis pensamientos me desvío a Berantevilla; ya antes me había equivocado al tomar la carretera que conduce a Burgos, pero mi voluntad era pasar por Santo Domingo de la Calzada y estaba dispuesto a volver sobre mis pasos cuantas veces fuera necesario con el fin de ir por el buen camino. Una vez atravesado el pueblo de Zanbrana, opto por ascender la cuesta que ha de subir toda aquella persona que quiera visitar el bonito pueblo de Salinillas de Buradón. Tras pasar por debajo del arco de entrada me dirijo a la plaza del pueblo y allí puedo mitigar el hambre que a media mañana me había hecho sentir el esfuerzo de los primeros kilómetros. Sudoroso y sentado en un banco, gozo del buen sabor de unos frutos secos, bebo agua y recobro energías.
Veía junto a mí a mi bicicleta, apoyada en un árbol de la plaza; quería confiar en ella, pero el exceso de peso que portaba en las alforjas me hacía dudar. Le estaba cogiendo cariño, no en vano la había pintado a mano semanas antes, y la había preparado para la ocasión dotándola de guardabarros, luz, parrilla, timbre y mejores piezas. No me resistí a hacerle un par de fotos.




Por fin, tras el pequeño descanso, retomo de nuevo el camino. Tras pasar la villa de Haro, llegaba al mediodía a Santo Domingo de la Calzada. Siempre recordaré este acogedor pueblo de La Rioja. Buscando entre sus calles el
albergue de peregrinos, es su alberguero quien me encuentra a mí, e invitándome al reposo me muestra el albergue y me da información. Tras sus recomendaciones, decido  quedarme unas horas en Santo Domingo, y pienso ahora que me habría pesado no haberlo hecho. Sin demora alguna, lo primero que hago es solicitar mi credencial de peregrino e informarme de mis obligaciones al asumir esta condición. A los pocos minutos la tenía ya en mis manos con su primer sello. Tenía por delante mucho camino que recorrer, muchos lugares que visitar, muchos sellos que estampar, muchas reflexiones que hacer. Después de darme una ducha, opto por quedarme en el albergue a comer algo. Allí converso en mi pésimo francés con una pareja de peregrinos galos; también conozco a Guido, un peregrino mexicano. Son las primeras personas que conozco hoy, y no serán las últimas. Tras echar una cabezada, me doy una vuelta por el pueblo. Quería contemplar la catedral, pero el alberguero me insta a ver en primer lugar un fresco en la cúpula interior de un portal particular. A estas alturas del viaje empiezo ya a disfrutar. 



Ya en la catedral, contemplo por primera vez en mi vida un retablo descompuesto y en restauración. Nunca antes había visto un retablo por piezas. Curioseando en el altar, me acerco hasta el atril y puedo leer lo siguiente:
27 ¿Estás ligado a mujer? No busques la separación. ¿Estás libre de mujer? No busques  mujer. 28 No obstante, si te casas, no pecas; y si una doncella se casa tampoco peca; aunque, por otra parte, estos tales tendrán
su tribulación en la vida, que yo, desde luego, os la quisiera ahorrar.
I Corintios 7
Entretanto, oigo con sorpresa el canto de un gallo dentro del propio templo. Atónito, me acerco hasta él y puedo observar que una gallina le acompaña en una gran jaula elevada del suelo unos metros. Según cuenta la leyenda, en los primeros años de peregrinación, un matrimonio alemán, junto con su joven hijo, entró en un mesón del pueblo a descansar del camino y a recobrar energías, como tantos otros peregrinos. Pero he aquí que la joven hija del mesonero se enamoró del mancebo, quien parece ser se mostraba totalmente indiferente. Indignada, dicen que introdujo sigilosamente una copa de plata en el morral del joven, y al día siguiente tras la marcha de los peregrinos denunció su robo al Corregidor. Enseguida se arrestó al joven, y como en aquella época el robo se penaba con la muerte, no tardaron en ahorcarlo. Tristes y afligidos, sus padres continuaron el camino, y al llegar a Santiago, se pusieron a rezar al Santo Apóstol en su tumba. Cuenta la tradición que
éste les comunicó que su hijo permanecía vivo aún, por lo que ni cortos ni perezosos emprendieron el camino de vuelta y al llegar a Santo Domingo constataron con asombro que así era. Allí estaba su hijo, todavía en el cadalso, mas vivo. Tras conversar con su hijo fueron raudos a hablar con el Corregidor para solicitarle que descendiera a su hijo que aún vivía. Se dice que el Corregidor al oír las súplicas de los peregrinos e inmerso en un gran
banquete no dudó en mofarse de ellos y entre carcajadas dijo:
- Su hijo está tan vivo como la gallina asada que ahora mismo está en mi plato. 
Y parece ser que en ese preciso instante, a la gallina le comenzaron a salir de nuevo las plumas y saltó del plato del Corregidor armando un gran revuelo. Desde entonces, se dice, hay en el interior de la catedral de Santo Domingo
de la Calzada un gallo y una gallina que dan suerte al peregrino que consigue escuchar durante su estancia en el templo alguno de sus cantos.
Antes de irme de la catedral, observo otra de las anécdotas que se cuentan de ella, y es la piedra que sujeta la jaula donde se encuentran el gallo y la gallina. Totalmente desgastada, presenta una gran cantidad de surcos
que dicen están causados por los palazos que con el bordón le daban los peregrinos con el fin de provocar el revuelo de las aves y obtener así alguna de sus preciadas plumas, símbolo en aquella época de haber pasado por
la catedral de Santo Domingo de la Calzada.
Preguntándome si el resto del camino me depararía tantas curiosidades decido por fin emprender la marcha y me despido a media tarde del amable alberguero, dándole las gracias por su gran acogida. Todavía conservo en mi mente su simpático rostro. Con ganas subo de nuevo a mi bici y retomo el camino. Paso Redecilla del Camino, y al llegar
a Viloria de Rioja, opto por desviarme y entrar en este aislado y pequeño pueblo; tras comer unos frutos secos y unos higos, beber agua y descansar un poco, encuentro una lápida cercana a la iglesia en la que reza lo  siguiente:
"En esta villa nació Domingo García, Santo Domingo de la Calzada;  frente a la iglesia  está la casa donde nació en 1.019, y dentro, la pila donde fue bautizado. Después de dedicar su vida y sus bienes a los peregrinos murió
el 12-5-1109 a los 90 años".


           
El camino sigue, y me llama, y enfrentándome al fuerte viento prosigo la marcha. La tarde va transcurriendo y llego a Belorado. Decido entrar en este pueblo con el fin de sellar la credencial, y tras pasar la iglesia de la plaza
consigo encontrar el albergue de peregrinos, donde la encargada, una joven y simpática extranjera, me estampa el sello con amabilidad y me ofrece el albergue para reposar. Tras beber agua prosigo la marcha, y comienzo a sentir, ya en mi primer día de viaje, tras las paradas, esa sensación de impaciencia por retomar el camino cuanto antes. 
Poco a poco va llegando el ocaso del sol, cuando a lo lejos veo un peregrino que no viaja solo, pues su perro le acompaña. Converso un rato con él mientras caminamos y más tarde decido seguir mi ritmo hasta Villafranca Montes de Oca, donde quiero pasar mi primera noche en el camino. Allí me volvería a ver con Felipe, el navarro de Lodosa, y con su fatigado perro.
Al principio, vacilante, el ritmo era lento y desconfiado, sobre todo por el peso. A medida que pasan los kilómetros y las distancias me empiezo a sentir mejor, y comienzo a confiar en Enara (la bicicleta que me transporta).
Ahora se me empiezan a amontonar los nombres de los peregrinos que he conocido. Intento retener sus nombres, el lugar donde he hablado con ellos, pero empiezo a vislumbrar la dificultad que ello entraña, teniendo en cuenta
que queda mucho camino por delante, y que acabo de iniciar mi viaje. Flamencos, navarros, alemanes, franceses, bilbaínos, mexicanos, norteamericanos ... Felipe, Guido, Jose Luis, Jose Ramón, Thara ... ¡Y todo en el primer día!
Pero por ahora he de decir que donde más estoy disfrutando es en el propio camino. ¡Qué sensación más agradable es viajar, metro a metro, a velocidad humanizada, respirando con tiempo el aire a cada pedalada, divisando con
tiempo los campos, escuchando el susurro del viento. Espacio y tiempo se funden y en medio yo.
Castrojeriz (Burgos, 9-9-1994)
Día nuevo, caras nuevas. Empiezo a comprender ahora lo que creo que será una constante en este camino: conocer peregrinos. Son varios los tramos en los que  el camino no coincide con la carretera. En ellos voy solo; ¡bueno!
con la bicicleta, pero Enara no habla. Voy pensativo, con todos los sentidos lo más abiertos posible, receptivo e incordiado, es cierto, por el tráfico. Pero en otros tramos, las carreteras locales y a veces solitarias me permiten disfrutar grandiosamente del paisaje castellano, y saludar con mi timbre a los esforzados peregrinos que, cansados, adelanto.
De Villafranca Montes de Oca a Castrojeriz, no puedo olvidar los pueblos por los que he pasado. La mañana estaba fresca, y tras pernoctar en una acampada de la Junta de Castilla y León, me despido de Felipe y de los jóvenes albergueros, me abrigo con la capucha y emprendo la marcha. Nada más comenzar esta etapa me esperaba el primer puerto del viaje, la Pedraja. Lo subo, no sin esfuerzo, y tras descenderlo, opto por desviarme de la carretera, y andando me dirijo hasta San Juan de Ortega, un pequeño y oculto pueblo burgalés cuyo párroco es famoso por las sopas de ajo que dicen que prepara por las noches para los peregrinos y que no he tenido la oportunidad de catar.
La vida de San Juan de Ortega, discípulo de Santo Domingo, se cuenta en unos relieves que aparecen en el triábside de la iglesia. En San Juan de Ortega se conserva también una magnífica hospedería construida alrededor de un patio del siglo XVI.
Hoy he caminado a pie seis o siete kilómetros, y no me arrepiento en absoluto. El paisaje que rodea el camino que conduce a San Juan de Ortega es de auténtico ensueño y embauca al caminante. Con la vista puesta en el horizonte me veo sorprendido gratamente por un corzo e inmediatamente después por otro, que veloces, tímidos y temerosos ante la presencia del ser humano, atraviesan el sendero y se adentran rápidamente en el bosque. Pienso que tendré oportunidad de ver de cerca otros animales durante el viaje, y ello me estimula y a la vez me reconforta; no estamos solos en este planeta.
Tras el merecido descanso en San Juan de Ortega, y después de un ligero almuerzo a base de fruta fresca y frutos secos  en compañía de Carlos, un valenciano de mi edad que viaja solo y a pie, decido despedirme de todos los 
peregrinos que allí se encuentran y retomo otra vez el camino. Y así es el camino; después de andar, se para, después de cansarse, se descansa. Un día y otro día. El camino sigue, y la bici es menos lenta que los pies, y por eso, sobre Enara voy adelantando a cuantos peregrinos encuentro a mi paso. Muchos dicen:  ¡Buen camino! Y yo respondo: ¡Buen camino!
Burgos, Tardajos, Villanueva, Yudego, Hontanas, son villas que creo tendré siempre en mi memoria, son lugares por los que voy pasando y me van sellando la credencial. 
Suspendido en lo alto de un cerro, así recuerdo el pequeño pueblo de Yudego, en cuya plaza un buen hombre me ofrece un par de tomates recién cogidos de la huerta, mientras descanso y bebo agua. Frescos, lavados, cortados 
por la mitad y con un poco de sal, así recuerdo que los comía de pequeño en las tierras de mis tíos, aquellos veranos que pasaba en Zamora con mis padres. Pasado Hontanas, voy acercándome a Castrojeriz por una carretera 
estrecha y sinuosa. A uno y otro lado el barbecho alterna con el rastrojo, y mientras contemplo el paisaje, una decena de perdices se espanta a mi paso. Nunca había visto tanta perdiz junta, pienso para mis adentros. 
Antes de llegar a Castrojeriz, encuentro unas ruinas de un monasterio que no dudo en fotografiar. 



La noche se me ha echado casi encima cuando, por fin, llego a Castrojeriz. Consigo encontrar acogida en un serio y cuasimonástico albergue regentado por religiosos. El silencioso ambiente reinante en el albergue me permite 
descansar y adentrarme en mis meditaciones y lecturas:
"Reintegrado en la genuina ruta, el viajero se encuentra con las ruinas del monasterio  que perteneció a los monjes antonianos, encargados de curar con el "tau" el mal que se denominaba "fuego de San Antón", parecido a la 
lepra. Y, tras el arco, el viejo poblado celta de Jeriz. Es Castrojeriz una larga calle, El Camino, en la que se venera a la Virgen del Manzano, tan cantada por el Rey Sabio." 
¡Espero que la foto de las ruinas del monasterio salga al revelar el carrete!
Burgo Ranero (León, 10--9--1994)
¡No ha podido ser! Mi intención de llegar hoy a Mansilla de las Mulas ha quedado en agua de borrajas, y precisamente por el agua he decidido quedarme a pernoctar en este bonito, agradable y nuevo albergue de Burgo 
Ranero.  ¡Pero no importa! No hay prisa.
Intento ahora recapitular acontecimientos, darle al rebobinado de la película de hoy, pero entraña dificultad. Tantos lugares, tantos paisajes en un día, tantos peregrinos caminantes ...
Después de madrugar más que en días anteriores, a las 8 h. 30 m. estaba ya en la carretera, no sin antes recibir indicaciones para salir de Castrojeriz del encargado del albergue, que se me antoja sacerdote. De Castrojeriz a 
Frómista, tengo tiempo de abrir el apetito, que no dudo en saciar con algo de fruta fresca, sentado enfrente del antiguo hospital de Palmeros, hoy convertido en hospedería, mientras espero paciente a que Don Alberto, el 
cura de Frómista, termine de reparar las velas de su iglesia y pueda entonces sellarme la credencial de peregrino.
Las primeras horas de la mañana son realmente mágicas. A uno y otro lado de la carretera van despertando los campos, rezumando frescura, y en el campo abierto y llano respiro con ganas la soledad y siento alegre al viento 
envolverme.
En Frómista debe visitarse, como muy bien dice Don Alberto, la iglesia de San Martín, una de las más importantes del orden románico español, si bien algunas adiciones han debido de desvirtuar su primitiva construcción. 
El viaje seguía deparándome gratas sorpresas, y así, al entrar en el templo tengo la oportunidad de escuchar en vivo lo que se me ha antojado un coro de extranjeros que viajaba en autobús. Tras hacer alguna foto en su 
interior y comprar alguna postal decido reemprender el camino.
De Frómista a Carrión de los Condes, recuerdo haberme detenido en Villalcázar de Sirga donde me han estampado uno de los sellos más bonitos hasta el momento. Dos peregrinos ingleses de avanzada edad viajan en bicicleta, como yo, y aunque su ritmo es bastante más lento que el mío, mis continuas y prolongadas estancias en los pueblos me obligan a adelantarlos cada dos por tres, con un mal pronunciado good-bye!



En Carrión de los Condes era menester otra parada para ver la espléndida fachada románica de la iglesia de Santiago con uno de los más impresionantes Pantócrator jacobeos. Y como el cuerpo no anda solo, aprovecho para ingerir unos frutos secos, algo de fruta y tomarme un descafeinado. Con las energías repuestas decido recorrer unos pocos kilómetros más antes de la comida.
Hoy he ido divisando como un rosario a los peregrinos en su camino, paralelo a la carretera en muchos tramos. Con algunos, un simple saludo, con otros una parada para echar un trago de agua juntos:  Iñigo, un joven bilbaíno 
residente en Berlín, Pedro, un simpático chico de Burgos, Marika, una mujer holandesa que venía andando desde su país.
Hacia Calzadilla de la Cueza el sol pega fuerte y no dudo en detenerme en mitad de la carretera para intentar atrapar con la cámara la belleza del paisaje; 



son casi las tres de la tarde y estoy sin comer, rodeado de una gran llanura de rastrojos, pero no estoy solo; en lontananza, el movimiento delata a un pastor y a sus ovejas. No mucho más tarde vuelvo a detenerme para 
fotografiar uno de los mojones del camino más bellos con los que hasta ahora me he topado. 



Ya por fin, en Calzadilla de la Cueza agradezco al mesonero su menú de peregrino, unas judías verdes o vainas, con una trucha. Es un pueblo pequeño,  pero en él coincido con varios peregrinos. Entre ellos un matrimonio de 
Santander que inició el camino en Roncesvalles y con el que tengo el gusto de conversar en la sobremesa. Me hablan de la magia del camino a pie, de su dureza, de la convivencia en pareja durante el trayecto, y me invitan con especial énfasis a realizarlo a pie, la auténtica versión. Conozco también a Gorka, un chico joven de Llodio. Me han hablado de un tal Patxi de Vitoria que también viaja en bici, pero que aún no lo he alcanzado y creo que estará ya en Mansilla de las Mulas. Ya lo veré mañana, si Dios quiere. Ledigos, Terradillos de Templarios, Moratinos, van quedando atrás; en Terradillos de Templarios tengo la oportunidad de conocer a una persona de quien dicen que pertenece a la orden de los Templarios, y que en las noches en que el espíritu medieval revive en su corazón, se disfraza de Templario y ameniza la cena de aquellos peregrinos que esas noches acoge en su albergue. Conozco aquí a otros bicicleteros: tres simpáticos "granaínos". Sigo el camino, y al 
llegar a la villa de Sahagún, me doy cuenta de que restan pocas horas de luz y de que en una sola jornada he atravesado de este a oeste toda la provincia de Palencia. Desde una de las Bases de Acampada de la Junta de Castilla y León, no dudo en llamar por teléfono a mi compañera. La verdad es que tras tres días, tenía ganas de oír su voz.
Antes de llegar a Burgo Ranero, atravieso Bercianos del Real Camino donde aprovecho para reposar unos minutos. Ya en Burgo Ranero, a las siete de la tarde, converso con la amable mujer que se encarga del albergue de 
peregrinos. Entretanto, un nubarrón descarga el agua que sabe Dios dónde ha recogido, y dubitativo, me siento a esperar si escampa y puedo reanudar la marcha. La mujer me sella la credencial y me invita a ver el albergue, 
aventurándose a afirmar que al verlo no dudaría en abandonar la idea de continuar el camino hasta Mansilla de las Mulas. Y así es. El albergue es tan acogedor que inmediatamente decido quedarme a pernoctar en él. Tras 
lavar la ropa sudada durante el día, tomar una ducha y reposar un poco, converso con el resto de peregrinos del albergue: Eduardo y Ramón, dos bicicleteros de Valencia, los "granaínos" Carlos, Angel y el rubio, 
un enigmático italiano cuyo nombre desconozco, y Manolo, un zoólogo de la Facultad de Valencia. Más tarde voy a cenar al restaurante de Burgo Ranero y lo hago en compañía de Manolo, con el que converso largo y tendido. A juzgar por el brillo de las nubes del cielo, Manolo se atreve a augurar viento para mañana.  ¡Ya veremos!
León y Villadangos del Páramo (11-9-1994)
Han transcurrido tres noches y tres días, y hoy han comenzado los primeros contratiempos del viaje. ¡Qué triste es tener que vivir con dinero! Son las 15 h. y llevo desde las 11 h. en la ciudad de León. La belleza y la grandiosidad de su catedral contrastan con su escasa hospitalidad para con los peregrinos, 
que no pueden reposar en ningún albergue o refugio. Y donde no se recibe ayuda es difícil dar las gracias. 
Aquí me hallo, en el Jardín de San Francisco, bebiendo un poco de agua de una fuente, y sin una triste moneda en los bolsillos. Confiaba, ingenuamente, en la tarjeta, pero parece ser que los domingos no está conectada 
la red, digo yo.  ¡Quién sabe cuál es la causa!
Con la mente fría y serena intento localizar a unos tíos que residen en la ciudad. Busco su dirección en el listín de teléfonos de un bar y enseguida me pongo a buscar la calle Huerga 18. Pero parece ser que esta calle no existe, a juzgar por varios transeúntes. Opto por solicitar lo más amablemente posible unas monedas que me permitan llamarles por teléfono, y unas ancianas se dignan, tras escuchar mi historia, a ofrecerme casi diez duros. Mas mis tíos están ausentes. Finalmente acudo a la policía municipal donde me informan de la ubicación de la calle C. Huerga, que resultaba ser Cipriano Huerga y no Calle Huerga, de ahí la confusión. Me dirijo a ella, y ya en casa de mis tíos les dejo una nota escrita con un saludo. Era la única esperanza que tenía de recibir ayuda, y veía cómo se esfumaba. Dudaba entre seguir el camino, sin dinero, o quedarme hasta el anochecer a esperar el regreso de mis familiares. No obstante, no desesperaba. Me venían a la mente unas palabras de Sócrates:
"Dejarás de temer cuando dejes de desesperar. La falta de esperanza y el miedo están indisolublemente relacionados".
Finalmente decido seguir adelante y recorrer los aproximadamente veinte kilómetros que me separaban del siguiente albergue, en Villadangos del Páramo. Confiaba encontrar allí a los peregrinos de Granada y de Valencia, que como yo, viajaban en bici, y que se habían ofrecido a ayudarme. Al llegar al albergue, encuentro allí a dos chicos jóvenes que venían andando desde Burgos, Txema y Andrés. Más tarde llegan otros dos peregrinos de  Alicante, 
pero que habían comenzado el camino en León. Ya al atardecer veo con alivio que llegan los bicicleteros que esperaba, y con los que ya había charlado en el albergue de Burgo Ranero y en León. Enseguida preparamos entre todos una sencilla pero copiosa cena a base de ensalada, tortillas de patatas, pan, vino y flan, y tras la cena una velada que tardaré en olvidar.
Villafranca del Bierzo (León, 12-9-1994)
Es curioso cómo se olvida la gravedad de algunas situaciones cuando éstas se resuelven. El hecho de salir del apuro económico me hace pasar por alto el mal trago del día anterior, que pasé con cacahuetes hasta la fraternal 
cena con los peregrinos granadinos y valencianos a quienes agradezco su solidaridad y compañía en Villadangos del Páramo. Me dicen que estamos todos "íos de la olla". A veces pienso que tienen razón. Otras veces creo que 
no, que son los otros los que lo están. Pero,  ¡no le demos más vueltas!
Poco a poco terminan las tierras castellanas, y tras beber agua en Santa Catalina de Somoza, comer en Rabanal del Camino y sellar la credencial en su albergue de peregrinos, la dureza de la altitud y del frío se empiezan 
a mostrar con toda su magnitud en el Bierzo, O'Bierzo, terra galega, terra céltica. Pero no puedo olvidarme de San Justo de la Vega, ni de Astorga, la Astúrica Augusta, ciudad en la que nuevos peregrinos del norte habrían de incorporarse a la ruta tradicional. 



Cuenta Astorga con una magnífica catedral gótica y un palacio arzobispal diseñado por Gaudí, en el que se alberga 
el museo de los Caminos. 



Paseando entre sus calles, decido sentarme en un banco de una plaza y escribo algunas postales, a Miguel, a Antonio, y, ¿cómo no?, a Estitxu. Antes, al entrar en la ciudad, me había topado con otros dos bicicleteros que proseguían su marcha, uno de los cuales había pernoctado conmigo en Villadangos del Páramo y era también de Vitoria.
En lo alto de Foncebadon, junto al monte Irago, se halla la Cruz de Ferro 



sobre un montón de piedras que, según la tradición, se incrementa cada vez que el peregrino arroja un nuevo guijarro. Allí me aguardaba Tomás, el único habitante de Manjarín, un hombre sencillo, tímido y cordial, un hombre muy especial. 



Me invita a un café y acepta de buen grado algunos higos que le ofrezco; después de charlar un rato y sellarme la credencial me explica el itinerario a seguir en lo que me resta de etapa hasta Villafranca del Bierzo, pasando antes por El Acebo, Molinaseca, Ponferrada, Cacabelos, Pieros. No duda en presentarme a sus ocas que sorprendentemente parecen entender el lenguaje y los gritos de Tomás. Todavía recuerdo a Beltza, la oca de plumaje 
oscuro.
La conversación con Tomás y sobre todo su compañía me dan  fuerzas para continuar el camino. Nos despedimos con un apretón de manos y me marcho dándole vueltas a la cabeza.
"La dureza del invierno no es óbice para pasar aquí, en estas altitudes, esa época del año. Una buena biblioteca contribuye a hacerlo más ameno. Lo importante es poder atender a los posibles peregrinos que elijan esta dura 
época del año para realizar la peregrinación, y esta zona es de las de "carga". Hay otras zonas que son de "descarga".
Pensando en todas estas cosas no puedo sino maravillarme de personas como Tomás; es como si estuvieran hechas de otra pasta, al decidir dedicar su vida a los peregrinos. Y digo yo,  ¿no habré estado con otro Domingo García?
El puente ferrado sobre el Sil permite el acceso a Ponferrada cuyo castillo templario nos recuerda que la cruz y la espada se blandían con la misma mano en estas tierras. Pasados Ponferrada y Cacabelos, llego por fin, tras un 
largo día, a Villafranca del Bierzo, donde la familia Jato me acoge amablemente en su refugio particular, un invernadero acondicionado para albergar a unos cincuenta peregrinos. Estoy cansado de la jornada pero el buen ambiente de fraternidad que aquí se respira me hace olvidar la fatiga. Todo son risas y cánticos, y tras brindar ritualmente con una caimada colectiva, un indio sudamericanao ameniza la velada con su zampoña. El sonido de este instrumento me recuerda a mi "copine", a quien telefoneo para darle noticias mías.
Portomarín  (Lugo, 13-9-1994)
Hoy era sin duda y a priori la etapa más dura, pues tenía que ascender los altos de Piedrafita, de Cebreiro y del Poyo. Las inclemencias del tiempo la han hecho más cruda aún. Pienso ahora, mientras descanso, en lo mal que 
lo habría pasado solo en esta etapa. En el alto de Piedrafita tengo la oportunidad de unirme en el camino a otros dos ciclistas que, como yo, iban también solos, y que ya había saludado en la carretera  al entrar en 
Astorga. Ellos también habían pernoctado en Villafranca del Bierzo, pero lo habían hecho en una Base de Acampada de la Junta de Castilla y León. Creo francamente que se han perdido una de las vivencias más auténticas del 
camino: pernoctar en el refugio de la familia Jato.
¿Es toda una coincidencia que uno de ellos, Gonzalo, sea de Vitoria? El otro, Fabian, es belga y viene desde Biarritz. 



Se ha creado entre nosotros una unión, fruto de la solidaridad entre peregrinos.

Todavía tengo el cansancio de esta etapa metido en el cuerpo. Nada más entrar en Galicia el tiempo ha encrudecido. Mientras bajábamos los puertos el viento arreciaba e impedía un descenso libre de pedaleo, y la lluvia y el frío 
nos calaba hasta los huesos. Protegido por una capa, apretaba los dientes, y dentro de unos guantes mis manos iban perdiendo fuerza, por el frío, por el agua, por los frenos... Parecía que Santiago no quería sino que padeciéramos antes de llegar a su ciudad, o que estas tierras de Galicia fueran inhóspitas para nosotros, o que sin más, el temporal no fuera sino el pan nuestro de cada día de estas tierras. El caso es que hoy nuestros cuerpos han sufrido, pero finalmente todo ha salido bien. Tras detenernos para comer caliente en Triacastela, y para sellar nuestras credenciales en Samos, Sarria y Paradela, llegamos al atardecer a Portomarín. El sepulcro de Santiago está cada vez más cercano. Aunque los tres sentimos no haber podido disfrutar más de este bello paisaje céltico, hemos intentado retratarlo en nuestras fotos.
Santiago (A Coruña, 14-9-1994)
Hoy nos disponíamos a realizar la que queríamos que fuera nuestra última gran etapa del camino de Santiago (106 km).
Los tres anhelábamos disfrutar del camino, del paisaje, conocer peregrinos, y llegar a Santiago a darle gracias por la experiencia. Tras un descanso merecido, nos despertamos a las 7 h. en el que ha sido uno de los albergues
más madrugadores. El albergue de Portomarín es realmente confortable, y está muy dotado. No sólo hemos podido descansar sino que también hemos lavado y secado nuestras empapadas ropas. Dispuestos y con ganas hemos emprendido la marcha, animados por unos incipientes rayos de sol. Pero enseguida ha aparecido la lluvia, y a partir de entonces, junto con el frío, han estado presentes incesantemente durante toda la jornada. A los tres se nos ha ido poniendo la cara de circunstancias. Toxibo, Castromaior, Ventas de Narón, Ligonde, Eirexe, Palas do Rei, iban quedando atrás mientras cada pedalada se nos antojaba más dura que la anterior. Nunca olvidaré a Manuel, un simpático y amabilísimo señor que nos ha acogido en su casa en Ligonde, donde nos ha ofrecido pan, chorizo, queso y un buen vino Ribeiro a la vez que no paraba de darnos conversación con su marcado acento argentino. 
Nacido en un pequeño pueblo de Pontevedra, con dieciseis años se embarcó hacia la Argentina donde ha vivido cuarenta y seis años en la ciudad de Buenos Aires. Tras desearnos buen camino, seguimos nuestra marcha, a estas alturas ya fatigada. Melide, Arzúa, son pueblos que a duras penas conseguimos ir dejando atrás, y aún no veíamos la tan ansiada llegada a Santiago. Tristes, porque las inclemencias del tiempo no nos permitían disfrutar de pequeñas estancias en ellos,sentíamos cómo el cansancio nos empujaba hacia Santiago de Compostela, en busca de una ducha de agua caliente, algo de ropa seca y comida que llevar a nuestros vacíos estómagos. Por fin, a las cinco de la tarde llegamos los tres a Santiago. Tras detenernos en la entrada de la ciudad, junto al letrero en el que se indica al viajero que ha llegado ya a Santiago, pregunto en una cercana oficina de información 
turística por la ubicación del albergue de peregrinos y solicito un mapa de la ciudad. Amablemente, una mujer me facilita mapa e información, tras lo cual intercambiamos los tres impresiones. Pero las desgracias no habían terminado a pesar de encontrarnos ya en Santiago. Al volver sobre las bicis, Gonzalo revienta la cámara de su rueda trasera y yo parto el cable del freno trasero. Malhumorado, Gonzalo opta por ir directamente al albergue situado en el Seminario Menor, mientras que Fabian y yo nos dirigimos a pie a la 
oficina de acogida al peregrino sita en el centro urbano, muy cerca de la catedral, con el fin de sellar nuestra credencial de peregrinos y obtener así la "Compostela":
CAPITULUM hujus Almae Apostolicae et 
Metropolitanae Eclesiae Compostellanae 
sigilli Altaris Beati Jacobi Apostoli 
custos, ut omnibus Fidelibus et Peregrinis 
ex toto terrarum Orbe, devotionis affectu 
vel voti causa, ad limina 
Apostoli Nostri Hispaniarum Patroni 
ac Tutelaris SANCTI JACOBI convenientibus, 
authenticas visitationis litteras 
expediat, omnibus et singulis praesentes 
inspecturis, notum facio: 
Dnum Pascualem Garrote Arias
hoc sacratissimum Templum pietatis causa
 devote visitasse. In quorum fidem praesentes
 litteras, sigilo ejusdem 
Sanctae Eclesiae munitas, ei confero.
Datum Compostellae die
14 mensis Septembris anno Dni 1994
Secretarius Capitularis



Ya en el albergue, duchados, calientes y descansados nos disponemos a salir para cenar, reponer fuerzas, y esperar a mañana para ver con más calma la ciudad, sus callejuelas y plazas, y sobre todo, su catedral en la plaza del Obradoiro, donde oiremos la Misa del Peregrino.
Santiago (A Coruña, 15-9-1994)
El sol entra temprano por los ventanales del Seminario y me alegra el espíritu. Junto con otros peregrinos, me afano en la última planta del edificio en acicalar mi cuerpo y mi rostro en la medida que puedo, en un sencillo aseo matutino. Nuestras almas sienten algo especial, sublime. Tras unas cuantas jornadas de lento y esforzado caminar, todos hemos conseguido llegar al final del camino, para darnos cuenta, quizás, de que el camino sigue, para percatarnos, tal vez, de que aquí no hay respuestas a nuestras dudas, para comprobar, ¿quién sabe?, que el arrepentimiento es interior y de nada sirven largas y duras caminatas penitentes. Sumergido en mis elucubraciones recuerdo que la Misa del Peregrino comienza a las 12 h. y que antes queremos hacer algunas compras por la ciudad, y ¿cómo no? sentirnos peregrinos en ella.
Es realmente inefable la sensación que siento aquí en Santiago, recorriendo a pie sus calles, disfrutando en compañía de mis recientes amigos de las perspectivas de sus plazas (Quintana, Obradoiro, Platerías...).


Es como si viajáramos atrás en el tiempo y nos sumergiéramos en pleno medievo, a la vez que el sonido de unas gaitas nos ayudan a transportarnos a ese tiempo pasado.



Peregrinos de todos los lugares confluímos en el interior del gran templo. Algo especial se respira en el ambiente. Todos sabemos que hemos venido de lejos, y recordamos casi por azar el origen de nuestros primeros pasos, porque al hacer el camino, la humildad y la universalidad impregnan el alma del peregrino, y todos, franceses, vascos, alemanes, españoles, catalanes, italianos, holandeses, húngaros ...,  no se sienten, no nos sentimos sino peregrinos. Con júbilo y gozo escuchamos al sacerdote que nos da la bienvenida y atentos le oímos que nos menciona junto con el resto de peregrinos. Sin evitarlo, estrechamos los tres nuestras manos, 
y se nos escapan algunas sonrisas y lágrimas. A la salida, como tantas otras personas, no dudamos en fotografiarnos en la plaza del Obradoiro con la catedral de fondo.


¡La ocasión merece la pena!  ¡Gracias Dios!  Agur!

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